Escribo esta nota un día después de los voraces incendios que asolaron una parte de Quito desde la tarde del 24 de septiembre de 2024 y que hasta este momento no han podido ser sofocados. Un sentimiento de impotencia y desesperanza aguijonea el alma ante la destrucción de la naturaleza y el dolor de las personas que lo han perdido todo. Desde la conmoción y bajo los restos humeantes, intento encontrar el rostro de Dios.
Pienso en el rostro generoso de Dios que en el libro del Génesis entregó a los seres humanos una creación perfecta como escenario para su plenitud. Pienso en su amor y generosidad sin límites que nos entregó para alimentarnos «toda clase de plantas con semillas que hay sobre la tierra y toda clase de árboles frutales» (Génesis, 1, 29). Pienso en el arcoíris trazado en el cielo como signo de esperanza tras el diluvio universal.
La historia de la salvación abunda en reiterados llamados a la conversión que no es otra cosa que el retorno al amor creador de Dios. Desafortunadamente, los seres humanos insistimos en alejarnos de ese amor y una de las consecuencias de ese alejamiento es la crueldad individualista con la que tratamos a la naturaleza. Pensamos equivocadamente que los recursos naturales son eternos sin percatarnos que las comodidades de la vida moderna están compradas al precio del sufrimiento de los Otros y del desgaste irreparable de la Casa Común.
En el Centro Cultural Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit - CCBEAEP, por ejemplo, conservamos una colección de paisajes ecuatorianos pintados por el artista quiteño Emilio Moncayo a mediados del siglo XX. En esos lienzos podemos ver los enormes glaciares que hace setenta años ostentaban el Chimborazo, el Cotopaxi o el Cayambe y que hoy se han reducido en porcentajes alarmantes. De seguir así ¿de dónde saldrá el agua que beberemos en pocos años? ¿Será culpa de Dios esta nueva tragedia o será más bien la consecuencia de una irresponsabilidad que debemos asumir colectivamente?
Es preciso pasar a la acción y para ello el primer paso es la toma de conciencia. Los recursos bibliográficos, documentales y artísticos con los que cuenta el CCBEAEP son una valiosa herramienta para este proceso en el que resulta fundamental recuperar la memoria compartida. De muy poco servirá la inteligencia artificial si antes no somos capaces de desbrozar el corazón para cumplir la voluntad de Dios que quiere que todos tengamos vida en abundancia.
La defensa de la vida debe convocarnos en estos aciagos tiempos. Defender el agua, los bosques, los glaciares, los páramos, los mares y los animales es el compromiso ineludible de todo cristiano y de todo ser humano. En diversos frentes y desde distintas realidades, hoy más que nunca, estamos llamados a trabajar por reparar un mundo roto. Nuestra dignidad como personas así lo exige.
Pablo Rosero Rivadeneira ● Jefe de Museo, Centro Cultural Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit
El Valle de Guápulo
Autor: A. Vallejo
Óleo sobre lienzo
1929